Te pido perdón por no poder sonreírte por la mañana. Esa mañana en la que tú te empeñaste en esperarme y yo en sujetarte la puerta hasta que tus dedos la rozaran también: es que el tiempo era un demonio de fuego que andaba pisándome los talones y temía abrasarme ahí mismo, entre las paredes amarillas y los anuncios de publicidad, al lado de las máquinas. Caminé tantas veces a tu lado sin estar, perdón por hacerte retraer a experiencias lejanas o no tan lejanas de desprecio e indiferencia, o de profunda compasión. Yo me sostenía entonces en una barra de madera estrecha que cruzaba rascacielos interminables, muerte de frío allá arriba, llegándome el eco de tu voz en sobres herméticos con tu retrato de carné, tu cara borrosa gesticulando sonrisas de superestrella o de madre o de cómplice, con tus ojos cerrados pero abiertos tratando de decir algo pero sin verme salvo en otras trenzas. Allá arriba es como allá abajo: el tiempo se congela, in the waiting line el tiempo se congela, el tiempo quema y se congela a la vez; los músculos se mueven sólo por inercia, los ruidos son ensordecedores... Y si decidía parar, sentarme y acurrucarme en mis manos gigantes notaba las tuyas zarandeándome, en potencia o en recuerdo, suficiente para sentir la punzada de la piedra negra que explota en el ombligo, las serpientes comiéndome los sesos, las voces aplastándome contra el suelo. Tan fácil como sonreírte y tan difícil como explicarte que por entonces todo era un sueño de un sueño —se ríe el sueño a lo bajo—, todo era un reflejo del movimiento jugando al escondite y tu cara no podía ser más real que la mía porque la mía era una máscara uniforme grisácea y verde oscura. Te pido perdón por quizá haberte dado formas para encauzar tu rabia y tu enajenación y por haber continuado la saga épica de caracteres y enfados y discusiones y razones de mierda, enormes mierdas ante las que los demás sólo callan para continuar. [So re a(l)mí y alx *] 16/11/2013