9 crimes

Le aseguro que si lo hubiera sabido nunca, ni por asomo, hubiera tenido la audacia de coger ese maldito móvil, dejar de mirar las flores, continuar chupando del humo para avivar el delirio… Le aseguro que si hubiera tenido un mínimo de intuición, un mínimo de conexión con mi intuición…

Ya le digo que no. Que estaba bien perdide. Por supuesto que lo sabía, pero cómo sabes algo cuando no sabes que no sabes. No me voy por las ramas porque al menos mirar las ramas, mirar esas flores lilas que caían ya por septiembre, adelantadas al 2020, a sabiendas de que algo se cocía en el tiempo… Si al menos me hubiera quedado en las ramas. En las flores, mirando a las macetas, dejando el móvil en el cuarto, boca abajo, como fuese. Aunque si me pregunta sobre la retroacción para hablarle de mi intuición, debería volver un poco antes, cuando empezó un septiembre con opciones, un mes para escoger, esto, lo otro, aquello; así, de un día para otro. Yo salía de dos semanas de trabajo interno, caminaba por la calle central del pueblo y me dio por llamar a X, a quién no; aunque hubiera estado días sin responder a mis mensajes, acostándose con chicos, separándose, por fin. Yo yo, separade, a miles de kilómetros, llamándole para preguntarle qué debería hacer. X me dijo que me fuera lo más lejos posible para ganar todo ese dinero, que ni se me ocurriera ir a la mezquita y pretender ser une más, pero que tampoco fuera con vestidos a comprar el pan, creo recordar… Me dijo que se alegraba por mí y que me fuera, y yo le dije que le echaría de menos y ellx me dijo que también, pero que me tranquilizara. Así que llegué a Madrid y tardé un solo día en tomar la decisión de confiar mis huesos a un cementerio u otro. Por supuesto que ya vivía allí pero en otra casa, hasta que otro machirulo se hiciera con el candado del edificio; así que no era solo aceptar el desapego de la separación, la cruda realidad de una relación ahumada, agotada, entre paréntesis… era aceptar el fracaso de una casa, de un verano, de otro, de mi amor, de mi corazón enfermo, de mi intuición engañosa, de la mezquinidad propia y ajena, de mi cobardía para cruzar el charco y empezar de cero, separarme de X aunque se hubiera separado ya de mí, separarme de Granada, de mis amigas, de Canna… No estoy proyectando la nostalgia de lo que sucedió después en esto porque está todo conectado, ya verás.

Total, escribí esos mensajes y hacía meses que no me fiaba de las personas rubias, teñidas o no, cosas mías… estoy bromeando, la gente se tiñe el pelo como se cambia de ropa interior, sería absurdo, aunque funcional para justificar la misantropía circunstancial o estacional, discriminar en base a eso… Sí, lo reconozco, está claro y es evidente, tomé una decisión, y luego otra, y una tras otra, todas de mierda. ¿Está sugiriendo que lo tenía planeado? Por supuesto, es un comentario que ya he escuchado antes. Les traes moras y te estampan las rojas en la cabeza. De ningún modo sería, aun así, lo suficientemente hiriente… nada lo sería salvo desprenderme de un asesino, como para que se me ocurriera… Le estoy diciendo que yo nunca maté a ningune, se lo prometo, señora detective imaginariademicabeza; además, todes están vives todavía, chequea sus redes sociales; no a través de las mías porque les bloqueé hace rato. Bueno, si lo dice así vale, están muertes en mí, en mi corazón; de eso no hay duda. Exacto, encima piensan que no tengo corazón, así que por qué habría de cuestionar ese lugar —lúgubre, mal iluminado, cubierto de florecillas secas mezcladas con plantas ornamentales de plástico— donde me dio por enterrar simbólicamente a esos nueve vínculos y sus recuerdos de una vez por todas. Yo, que creía en el amor como una energía de revolución planetaria e incluso universal. Yo, que no veía transformación sin perdón, sin idealización del perdón, con la aceptación de los límites, pero… ¿Realmente?

Realmente: primero, cuatro personas incapaces de cuidarse y de cuidar un espacio común, durante meses, tras varias conversaciones, te acusan de manipularles a todes porque… ¿Cómo estaba por entonces, dije? ¿Rote por dentro? ¿Incapaz de aceptar la separación, ni de la relación con X, ni de mi propia lucidez, partida a cachos, perdida, sin ubicación salvo en un día a día de la marmota, del humo, de trabajar de cuidadore interne en el norte y de descuidarme internamente en el sur? Me acusaron de manipularles a todes y yo me enteré por bocas ajenas; la gente tiene un mínimo de decencia para verter sus acusaciones pérfidas, todavía guardo esperanza en la humanidad… Me acusaron porque fui incapaz de sentir empatía y desconfié, empecé a desconfiar, empecé a hablar y a compartir mi malestar en los confesionarios de la Gran Hermana, a sentir miedo de esas personas que no se molestaban un mínimo en entender que molestaban; sobre todo de una, que se negaba a hablar, que se ponía agresiva en su teatralidad rimbaudiana… ¿Que si mejoraron las cosas? ¿Cuando se fueron? Se inundó la casa de toda la mierda que estaba almacenada, mierda de casa, raíces de mierda; toda la mierda de esa ocupación de mierda salió a borbotones, para saludar, para despedirse, para invitarnos a trabajar en equipo un poquito más: otro trabajo de mierda. Y después, quedamos cinco, parece Los diez negritos de Agatha Christie; y hay un juez, una jueza, vaya; enfadada, impetuosa, con los ojos morochos de tanto canuto y voz paranoica; carga contra las energías, habla de “la casa” como si estuviéramos en una nave espacial o en la última colonia con agua de manantial en la Vía Láctea. Yo me pensaba tan compasive, tan conectade con mi corazón roto en mil pedazos cuyos cachos esparcía con cada palabra y con cada calada, que trataba de acompañar, de no juzgar, de compartir mis absurdos amagos de saber algo, bien explicados, por supuesto, por algo tengo un máster, aunque casi me suspendieran la tesis por ir de listille… Está claro que algo fallaba porque me mostraba con demasiado transparencia, como ahora; era mi forma de hacerme querer (u odiar), compartir mi vulnerabilidad, mi propio reflejo de la vulnerabilidad sin planear, porque sale sola, shit; decir, mira, coge, esto soy, ahora pincha, ahora no se ve, ahora habla, ahora escucha y ahora sufro. Tengo una rabia fina e infinita, que me sale a borbotones al pensarme víctima de las injusticias, y sé que es como un zarzal creciendo al ritmo de mis maniobras en una manivela mental, entre las lápidas que yo misme coloqué para ahuyentar a esos nueve fantasmas, a esas nueve voces con rostro —más cinco que nueve, más una que diez— que me despiertan por la mañana para que me hunda en la tierra de mierda con elles; para que trague tanto barro que mis pulmones se inunden de potaje en descomposición, los restos del naufragio de la familia, de la familia okupaburguesa de la que yo me creía madre proveedora y pedagoga, hije predilecte transfemiyonki de la querida familia vampírica que elegí, que contribuí a crear y a destruir, a la que me uní y que abandoné hace seis lunas llenas.

Confieso que enamorarme siempre me ha enloquecido para mal; me ha enloquecido años enteros, sueños enteros, días y noches enteras desde los seis años. Me ha vaciado de un sentido del ser y del estar mortífero tras embriagarme de amor, si no fuera por mis hermanas,  por algunas personas que, como llamitas de amor y esperanza, viendo por sus peculiridades de fuego y visión mi propia y peculiar llama, me han ayudado a creer en mí y a canalizar esa energía delirante y borbotónica a cuanta gotas, hacia mis propias raíces, sin falsas colectivas de más. Porque era como vivir en un rodeo, en una competición, en un videoclip cutre de Nathy Peluso. Era como evadirse, una y otra vez, de lo que era ya. De lo que era yo, que no debía estar allí, que nunca debería haber ido a buscar a X cuando era X a su casa tras cambiarse de casa años atrás, sobre todo después de sus compañías y de que no se atreviera ni a mirarme con amor para “no molestar a sus amigos”, esos hippies de las cuevas… en fin; yo me quedé, me acosté para descansar tode dramátique, pensando que volvería a estar bien y a poder formar parte de eso (ellos); pero no, me fui; luego volví, me duché, me fui; luego pensé que nunca volvería, gracias a las cuevas y a las amigas, y cuando volví para decírselo se quedó, me quedé, le canté, me pidió follarme pero mi culo está out of order in terms of dick coming in; nos quedamos y la cagué estrepitosamente, eso sí. Mis uñas se invadieron de cándidas, me salió un quiste en el culo si no estaba ya allí, me bajó el ácido fólico, me quedé sin vitamina B12, casi suspendo la tesis de los vampiros por enamorarme y no terminarla, me quedé sin trabajo en la vendimia, me quedé sin dinero, me quedé sin dignidad por dejarme insultar, empujar y escupir y volverle a dar otra oportunidad; me quedé sin ganas de amar porque amaba tanto a X que mi pecho iba a explotar; porque no teníamos dinero, porque no teníamos techo, porque no teníamos futuro, ni juntes, ni separades (pero sobre todo ni juntes).

¿Que qué hice? ¿No te dije que mi intuición es como un apéndice cercenado de plena inconsciencia? Pensé: hasta el final. Hasta el final de lo que lata este corazón maltrecho, hasta el final para saber qué hacer, para sentir qué hacer. Así que llega el 2020, vuelvo de Reino Unido y me siento fuera de lugar en el TV show de las Pussy Cari(e)s, vienen mis amigas y me animan a marcharme, no he cobrado todavía, me voy a Beneficio, espero, trato de entender mi pena, mi rabia, ya no hablo con X, no sé quién es, no me hace gracia, no confío en ella, todo tiene que girar en torno a su ego malherido o se incomoda…. ¿o me incomoda que todo  tenga que girar en torno al mío? No confío en nadie pero vuelvo y se inaugura un estado de alarma por el coronavirus, así que me jodo, me venía reconciliando con X porque nos quedamos soles en el castillo y decido quedarme (otra vez). Así que me vuelvo loque, me entran delirios, me imagino cosas, me vuelvo a enamorar, me vuelven a insultar, a empujar y a gritar; lloro todos los días, desde por la mañana hasta por la noche; nadie  me entiende, nadie me pregunta, nadie tiene siquiera un mínimo de energía para darme un abrazo en el que florezca mi desazón; aunque me ofrecen asistirme el suicidio, todo un honor, justo lo que necesitaba. Todes tienen desazones, el mío no es especial, no tiene lugar en el videoclip de Peluso pues soy la vieja lisiada y con barba que llora al fondo del encuadre descalza; tengo el pelo revuelto y me sueno los mocos con el vestido. Tengo una cámara y grabo pero solo aparece el vacío en el espejo y unas caras desfiguradas, voces intermezcladas con los ritmos que bailo al atardecer para quitarme tanto muerto de encima. Escucho voces, voces de crítica, de desconfianza, pero trato de encontrarlas y se van. Escucho a seis personas cagar todas las mañanas desde mi cama, a un metro y medio de distancia, y sigo sin saber si esas voces son de alguien o son mías, puesto que por entonces pensaba que todes éramos una, que esto es un gran cachondeo y que hay polvos de Orión sincronizándonos; vaya, estaba perdiendo la chaveta. Consideraba a Pécora mi amiga. Aunque se riera de mi sin conocerme de setas, se riera de mí porque no creía en mí, porque le parecía hilarante, qué gracia, chica; ¿que qué problema tenía conmigo? Ella sabrá, que  quiere escribir textos y se cree(a) pretextos… No me apetece ni regalarle insultos. Porque ya lo he hecho y me reverberan.

¿Una maldición? Nueve, mínimo, y no me inquietan. Nací maldite. Nací desviade, literalmente, con los dedos de cada pie mirándose, sin poder andar, necesitando una máquina dos meses para que me los pusiera rectos. Así que, de vez en cuando, voy al rincón lúgubre bajo el castaño que tira bellotas radioactivas y deposito algún envoltorio de caramelo caducado, un pañuelo con el que envuelvo el dildo, ceniza, lo que encuentre que me remita a la posibilidad remota de sanar, dejar marchar, dejar atrás, volver a confiar, reconciliarme con mis propias decisiones de mierda, con mi intuición que está pero que no está, con mi victimismo, con mi responsabilidad, con sus responsabilidades, que no ven, que no quieren ver y no verán, pues yo tengo un máster y cómo me expreso, sospechose sin duda, manipuladore, y encima celose, penetradore, sin aceptar la separación, looser optimista, que no quiere drogarse, dice, decía… decía y no hacía, decía y no hacía hasta que dejé de decir, dejé de hacer, dejé de dejarme ser por esas voces; y cuando, como decía, encuentro un segundo, entre la vigilia y el sueño de madrugada, cuando levanto a hacer pis antes del amanecer y parece todo producto de una pesadilla, tropiezo. Tropiezo con la nada: no hay rincón lúgubre, no hay lápidas, no hay castaño radioactivo, no hay flores, ni verdaderas ni de plástico, no hay nada. Esos nueve fantasmas estuvieron aquí, lo prometo, lo recuerdo; la certeza, aun así, de que se largaron sin previo aviso se tambalea bajo el sonido de unas risas burlonas que oigo de lo lejos si me concentro. Están ahí, como pequeñas garrapatas del amor chupándome el ventrículo izquierdo. A veces las dejo. Y a veces busco, como ahora, la forma de arrancarlas y aplastarlas; las exprimo para recuperar mi sangre y, con sorpresa, aterrade, veo que el zumo es negro. Y me lo bebo. Mi sangre es negra, como el petróleo; ¿soy un vehículo?, ¿una máquina programada? A estas alturas no diferencio; no les agrupo salvo cuando me interrogas para tu investigación absurda. Yo maté a nueve garrapatas que me mordían el corazón, lo hice hace meses, ni siquiera sé si fui yo o fue en un sueño. A los sueños ya solo va mi luto, vestida de negro, con máscaras de nostalgia, para abrazarme y luego desaparecer. Te contesto y contesto porque he visto una película y no me quiero morir, o no quiero seguir viviendo, alimentando a fantasmas con la intuición que se me atrofió cuando decidí creer más en otras personas que en mí misme. Por eso estoy aquí.

Far S.A.

Según tú, sin escrúpulos y seguramente orgullosa de tu cancerígena transparencia, soy una farsa. Soy una farsa por no haber sido legible ni haberme comportado de forma psicológicamente sosegada; por haberme mostrado lo suficientemente vulnerable para que te permitas patologizarme, analizarme y soltarme tu crueldad de primero de bullying. Según tú, tengo una “enfermedad con el amor en general” y, como falsa sanadora que eres, adicta a clasificar lo que te chirría, te ahorras compartir las causas de tal diagnóstico (no vaya a ser que vuelvas a tu estado físico violento). Según tú, te provoqué en la asamblea de la luna llena de Escorpio estados físicos violentos, cuando lo que hice, según mi enfermiza perspectiva, pensarás, fue defenderme de ataques como malamente pude. Compartí con el grupo un bucle con carácter acusatorio, tildando la energía de la casa como burguesa porque la paranoia, la falta de comunicación, las jerarquías afectivas y el consumo adictivo de marihuana de todxs lxs habitantes de la casa me estaban afectando más de la cuenta y por aquel entonces, que yo sienta, era la persona más burguesa, más paranoica y mas sola (salvo por las perras). “It sets a thief to catch a thief”, dicen las malas lenguas. Evidentemente, tendría que haber sido consciente de mis problemas y necesidades, pero resulta que estábamos en medio de una pandemia apocalíptica y no era tan sencillo organizarme para irme de allí, especialmente cuando tenía vínculos de afecto (y también de dependencia) con vosotras.

Según tú, nuestra pelea me sirvió como un “pretexto” para irme de la casa, como si viviéramos en una serie gringa de colegiales o la casa fuera un Gran Hermano. Evidentemente, si con pretexto entiendes límite, final, desborde y crisis de ansiedad, estás en lo cierto. Enhorabuena por tus pulcras inferencias. Según tú, supongo que te provoqué estados físicos violentos también al responder a las acusaciones exacerbadas y dramatizadas que me soltaste tú y tu hermane tras compartir mi opinión de que la casa tenía una energía burguesa, y es que dices que te usé como un chivo expiatorio de mi amargura (o de mi farsa). ¿Crees que me comuniqué contigo después para provocar en ti compasión? ¿Empatía acaso? Ante tus gritos y tu desaire, me disculpé y guardé silencio; corté verduras mientras lloraba y estuve el resto del día lidiando con un dolor terrible en el pecho y un ruido insoportable en la mente (es que tengo la temible enfermedad general con el amor, qué le voy a hacer). Me ahorraré anécdotas innecesarias porque ahora entiendo que tu circuito de empatía está bien podrido, ahumado quizás. Yo también me voy a permitir, en este espacio virtual, devolverte diagnósticos para quedarme a gusto, puesto que parece que tu estilo binario se traduce en dar hostias (físicas o emocionales) o bloquear de tu vida a las personas que dejas de querer. Según tú, estás agradecida por lo bueno, “si es que lo hubo”. Tú sabrás si hubo algo bueno entre nosotres para que nuestro primer (y último) choque expl´ícito merezca vomitarme insultos por WhatsApp. Guárdate tu agradecimiento para cuando lo sientas de verdad, porque me resulta una farsa, casi una burla (¿ese fue tu propósito alternativo?, brillante).

Según tú, te hablé después de que me fuera de la casa “como si no tuviera ningún inconveniente contigo”, para dejarme bien claro que tú si que tienes un inconveniente conmigo. Te hablaba con miedo revestido de cordialidad (para disculparme, prestarte mi cámara y el cargador, avisar de la visita para recoger mis cosas) porque no quería echarte lo que por entonces sentía como una mierda de inconveniente, producto de una discusión innecesaria y de las circunstancias y la tensión acumuladas; y menos por la virtualidad, porque te consideraba mi amiga y hasta mi hermana. Evidentemente, a mí tú también me habías violentado pero tenía cosas mejores que hacer que culparte de mi enfado y dolor (como tratar de sanar para quitarme de encima las bad vibrations: te recuerdo que la gente del círculo de la postal rodean y rezan a una casa a medio construir, guiño guiño). Tras tu mensaje de mierda, has aparecido en mis pesadillas para seguir violentándome con tu fobia revestida de sororidad. Evidentemente, me fui al día siguiente bien rote porque saltásteis a mi cuello cuando estaba tremendamente vulnerable, en el delirio, encima, de que érais mi familia; y tú la primera, recordándome que no hay lugar para sentires no legibles en tu hogar salvo los tuyos, que no hay lugar para corazones rotos en la casa de la farsa (o del falso corazón, como bien mostró el tarot sin quererlo con ese as invertido que confundí, vaya profecía de mierda). Te recuerdo que no es la primera vez para mí tampoco que me gritan en ese espacio, que tergiversan lo que digo, que me insultan y que ni se atreven a mirarme a los ojos después para hablar las cosas fuera del esquema del buenrollo paranoico o del inconveniente perpetuo, del orgullo enfermizo o del intento de acatamiento de ciertas visiones sobre otras sin cuestión ni espacio para la escucha. Me disculpé y traté de contextualizar mis respuestas torpes e hirientes, mi actitud a la defensiva y mi marcha después de tres amagos previos de irme en los que bien me apoyaste como pudiste, porque no me sienta bien contagiar estados físicos violentos a la gente a la que quiero y porque tenía la esperanza de que nuestros vínculos sobrevivieran a la discusión. Ahora sé que la discusión fue solo la explosión de una tensión acumulada, la muerte súbita del tallo podrido que era nuestro vínculo.

Así que gracias por la indiferencia, la desconfianza, la sospecha y la crueldad tras (o durante) nueve meses de convivencia y tantos momentos de cuidarnos y compartir, de abrirnos y apoyarnos, de proyectarnos en este futuro incierto. Si es que los hubo. Ahora, con cierta perspectiva, tras haber conseguido quitarme de los porros de una vez, soy consciente de que me he sentido durante el confinamiento peor que nunca y más sole con vosotras que estando sole de verdad. Y no os responsabilizo, pero vivir con gente que en el fondo no puede aceptarte, que en el fondo desconfía de ti, que en el fondo (el fondo es el tiempo) no se digna a practicar la comunicación para practicar la honestidad del amor porque tal vez no tienen interés, energía o herramientas para hacerlo, o no se aceptan ni confían en sí mismas siquiera, contribuye a hundir a una persona; me lo confirmaste con tu mensaje de niñata rencorosa y te lo recuerdo ahora, también como otre niñate rencorose, escribiendo al gran vacío que representas y que dejaste, junto con tus hermanes, en mi corazón enfermizo con dos miocardiopatías falsas hasta la fecha (y agradecide también, pues, por el fin del teatro). Aunque me cueste amar y quererme a mí misme (no me revelaste nada nuevo, pendeja), esta pelea fue tu pretexto para no considerarme más tu amigue porque no podías más conmigo: ni quererme, ni entenderme, ni perdonarme; solo bloquearme para alejarte bien de cualquier contagio de farsedad, no vaya a ser que seas menos auténtica, de que claudiques y renuncies a tu Estado Físico Violento de más de mil metros cuadrados, o de que te de por recordar que algún día decías cosas como “yo soy tú y tú eres yo” y que “las discusiones nos ayudan a crecer si los reparamos con amor”. He aguantado tu actitud alfa, acomplejada y anti-social críticotóxica a todo lo que se mueve sin haberte visto mover un dedo para cambiar la realidad (si me equivoco, será qué tengo miopía).

Gracias de veras, insisto, por tu transparencia y por enseñarme encarnadamente el íntimo y perverso vínculo entre la transparencia y la blanquitud. Buen camino a ti también, y ojalá que no vuelva a verte nunca.

(02022020)

O eso pensé fugazmente cuando me despedí de ti mientras dormías. Pensé: sea como sea – sea el mar que sea el que nos separe y vincule-: amar es la acción definitiva, una especie de danza armónica de emociones e ideas hechas materia, puestas en marcha, transformándose en cada gesto e intención, irreducibles a un verbo. Un suceso situado que nos convierte en cuerpo, la red fluvial de nuestra sangre, el agua en todas las células que se eriza cuando la luna crece y que se envenena de prisa, deprisa y sin piedad a menos que se deje transformar como el manantial deriva en torrente con la lluvia. ¿Nos dejamos transformar? Más bien nos lanzamos a ciegas por el precipicio de la transformación, apenas con dos alas endebles de algodón y humo que tienen el caro propósito de aliviar el golpe de la caída. Me transformo de arriba a abajo para encontrarme con mis lados: al caerme o reboto o explosiono y soy todo sesos esperacidos, todes eses esperacides que caen y explotan y se vuelven a levantar también, todas eses del viento que me aprisiona y me acaricia. Porque yo fui viento sin ser siquiera aire y te amarré a mi carroza de presiones y vendavales. Pensé que extrañabas el calor que por entonces quería ofrecerte sin límite cuando a veces ni podías con el tuyo, así que decidí cargarte en la espalda mientras dormías y viajamos al sol una noche de verano, sin equipaje apenas, como dos perras de fuego, hambrientas y empezando a sospechar de cualquier camino celestial por la ausencia de semejantes. Volvimos a encontrarnos al caer, pues el universo es impredecible y bastaron pocos minutos para que una ráfaga me hiciera olvidarlo todo y te sacudiera de un soplido. Me golpeaste por el susto y ambes tropezamos: yo me reía intentando desenmarañarme los pelos enlazados a mis uñas y tú hacías fotos a todo lo que veías antes de volverte a dormir.

Así que desperté porque me interrumpió el doctor Prince, que había venido a oscultar a mi bebé nonagenario seis horas después de que llamara a emergencias. Afortunadamente, pudo medirle la temperatura metiéndole un aparato por la oreja y ha decidido preparar un brebaje para su sanación que tiene el mismo color que sus flemas; amarillo y espeso, con sabor a plátano, 10 ml. Poco más puedo añadir. Ya hablé de las trampas del tiempo activadas durante este par de décadas; he publicado cartas que nunca envié y continúo igual, hablándole a la luna para despertar un día mude, con mi lengua bicéfala transparente en reposo en el paladar, sin mucho margen para deslizarse por el scrolling de este espacio grisáceo en proceso de virtualización.

Me siento como una caracola fosilizada y medio rota, enterrada bajo las orillas de una playa kilométrica. O como una palabra de un libro mojado cuya grafía se ha transformado en un lamento visual. “Me siento y lo escribo”, mejor dicho… escribo en sucesión metáforas que me inviten a sugerirme, a rodearme y exponerme, a celebrar este día. Pues llevo esperándolo desde que tengo uso de razón. He de reconocer que descubrir la perfidia del calendario gregoriano me hizo olvidar la casuística numérico-mágica de febrero, al que tocaron pocos días por segundón. He de reconocer que la claridad no es lo mío, al menos ahora, sentade como estoy, escuchando un tic tal de reloj analógico, escuchando a una persona cuya memoria se difumina al buscar una y otra vez, durante horas, sus llaves… Yo he perdido tantas llaves que no podría hacer un recuento  certero. No me enorgullece porque hasta mis pamadres me han negado la entrada a su domicilio familiar sin sus presencias, no vaya a ser que les pierda la casa también al crear un loop temporal con mi fuego que consumo y domo con cada cacho de planta seca envuelta en algo que me fumo como me fuman a mí mis pensamientos. Más que metáfora es metonimia: tras años observándome, sigo deteniéndome cotidianamente unos cuantos nanosegundos e incluso uno, dos o tres segundos al atravesarme un pensamientoconemoción que me dificulta la respiración regular, como esta frase. Ya quedan lejos las mañanas de despertarme asfixiade tras viajar a conversaciones de completos desconocidos y velar por la empatía de sus comunicaciones. Ya quedan lejos los sueños de lo mismo, puesto que anteayer os soñé a todxs, a menos a ustedes tres, y al parecer tenía yo mis asuntos porque no desperté ni triste siquiera. Puede que un “buen profesional” se detendría en un recuerdo: embalse de San Juan, tres o cuatro años. Jugué y me enamoré de un chico de mi edad cuyo padre era un machirulo. Al marcharnos, el coche de mis padres iba por delante del de los suyos y yo miraba por la ventana trasera de ese renault blanco viejecito y me despedía, y me entraba una congoja que me duró años, hasta ahora, vaya. Por eso lo importante es según para quién y en qué momento, dada la naturalización de jerarquías que cometemos impunemente como buenas antenas de las macroestructuras que somos. Por eso amar es un vessel, una nave espacial, como la Tierra y nuestros cuerpos, que atraviesa todas las historias para enlazarnos con lo que sea que dinamita los regímenes necrománticos que pululan en relativa sincronía por la tierra.

Por eso te escribo otra carta que nunca te enseñaré a menos que me lo pidas; entiéndeme, son viejas costumbres que como fetiches movilizo los días de invierno en los que me he cansado de ir pestaña por pestaña buscando mis deberes que pospongo, no vaya a ser que me llegue el apocalipsis a medianoche y no tenga si quiera un rimmel decente para protegerme los ojos de las bolas de fuego hialúrico que escupirán todos los seres humanos maquinizados por sus deseos de transcendencia. Por eso no me entiendo ni yo y después de esta historia de amor que me has regalado, ser de las estrellas, ser perseguidx y adoradx (nunca a partes iguales) por esta Europa vampírica que ceba a los seres que la pisan para devorarlos en sus sueños, ser de piel tersa y morena y peluda como la mía… por eso no te pido ni que me leas, ni que me entiendas, ni que me beses, ni que me cuentes de verdad lo que sientes una vez más, por si hay algo que se me escapa, por si debería dejarte unos días más en el congelador o sacarte de paseo con mi bebé nonagenario o tirarte al canal al amanecer, cuando los cisnes empiezan a cazar peces e insectos, cuando yo despierto y olisqueo por si me has visitado en sueños, cuando lo que pasa es, sencillamente, que los momentos de amar y ensueño pasan como (recapitulemos casuísticamente:) estrellas fugaces, mariposas, mariquitas, olas de mar, fases lunares, amores pasionales, regímenes globales y eras glaciales. Porque amar es amarse y amarse es transformar(se), porque se sabe sin necesidad de hacer un pacto con sangre que la llave de la puerta del lamento del océano se encuentra en tu corazón, arrítmico como el mío, mecido por tu pecho miedoso de hacer mucho ruido. Abandonaré las alturas por unos días, o eso intentaré por octavo año consecutivo, para permitir a mi cuello resquebrajarse sin sufrir los embistes del viento a menos cuarenta y pico grados. Abandonaré los lugares virtuales donde pretendo buscar para poder encontrarte de nuevo, ’cause I’m a spy in the house of love, como el vampiro de Jim Morrison, y el amor me pide que me recoloque, que me sitúe, que tome aire y escriba para ordenar al universo empoderarnos para luchar, con o sin alas, con o sin dinero, transformando, robando, pidiendo, amando, rompiendo, creando, riendo, bailando, destapando, desenmascarando, descentralizando, irrumpiendo, imaginando… Atreviéndonos ya de una vez, amor, a amar y dejar ir, a amarnos y dejarnos ser, a amarles e invitarles a transformarse o a morir antes de que acaben con nosotres. No hay serie más emocionalmente preocupante que la de esta vida y yo trato de optar por intervenir antes que observar o enunciar el proceso de la desaparición del amor de nuestra intersubjetividad, de unx ‘nosotrxs’ que comienza a ser leyenda. Así que reposa, little bird, nútrete y descansa: porque esto solo acaba de empezar.

Como telépatas de nuestros sueños

Te escribo porque me vinieron las ganas de vamos a suponer por un momento que tengo que hablar contigo y pensé: escríbelo, déjalo reposar. Algo que decir más allá de que tengo que ver el capítulo de Pose en el que matan decir algo. Supongo entonces que mi experiencia a Candy y me ha puesto triste. Y pienso en esta sustenta o fragua este mensaje, que es uno entre semanas de viajes y festivales frustrados, y miles de millones, compendio de símbolos, rayaduras en nuestras peleas lunares, pero sobre todo, en todo medio ilegibles de libreta. Algo hay, sin duda, lo que te amo y lo jodidamente agradecide que me detiene: ¿será mi pobreza discursiva siento por haberte conocido y en lo mucho disfrazada de poesía? ¿Será que repito y repito que siento haberte hecho daño con mis lo mismo (“yo-yo”)? ¿Será que me tiemblan requirements y mis formas de pedir las cosas, el pulso y mi respiración se detiene solo de ese día de luna llena en el que me gritaste imaginarme una hipotética difusión? Todo lo que te dolía me hizo entender bastantes buenas noches, terrícolas. Convivimos relativamente cosas. No es justo que nos comparemos porque nuestras juntxs en esta casa sin paredes, suelo o necesidades son igual de válidas, y también nuestro techo a la que pesa una extraña orden de deseos y dolores. Pero es cierto que ambes desalojo y destrucción inminente. No tenéis motivos para necesitamos focalizarnos más en nuestras vidas y que confiar en mi criterio, pero os aseguro este año juntis solo nos lo ha permitido parcialmente, que se trata de una orden milenaria:  tal vez sea que nos hayamos dedicado sobre todo al orden del orden, regida por la gravedad de intentar estar agusto en compañía pese a su propio peso, infiltrada en las tormentas y malentendidos, las tensiones, etc. Toda mi paranoia en los vientos de los desiertos, rociada con respecto a la desconfianza de tu amor me es los mares como una plaga. Se trata, como vergonzosa, y solo me señala lo poquito que toda orden, de una herramienta me quería (aunque estaba intentándolo) cuando bruta y escrupulosamente compleja, cuyo rastreo te conocí, ortodoxo tomaría milenios de investigación sentirte, aun así, más libre o desvinculadx (ya y, desgraciadamente, no hay tiempo para tal me estoy comparando) me hizo crecer la empresa – al menos que refundemos el tiempo, nos dotemos de claridad opaca y asumamos desconfianza en ti por encontrarme yo sin el riesgo del susto perpetuo. A menos que propósito; casi sin motivación alguna fuera integremos nuestra interdependencia y nos volvamos de estar contigo, de despertarme y acostarme telépatas de nuestros sueños, la memoria de lxs junto a ti, de vivir experiencias juntes, vivxs se está extinguiendo al convertirse en apoyarnos. Tras la charla en el MEO su propia representación refrigerada e inmediata. Como caídas del primer día comencé a verlo de otra cielo, las verdades nos hipnotizan y legitiman maneras: puesto que te quiero, quiero que nuestros ritmos maníaco-depresivos por este espacio amor te hagan bien, que no te pese, que no grávido donde nació, algún día, la belleza que te dañe, que no te asuste, que no te (no) ser más ni menos que ser(es) de las agobie. Pensaba tontamente que mi estrellas. Será la lenta transición de luz cargamento de caricias y besos te aliviarían crónica interestelar, serán los juegos macabros de los años de viajes sin rumbo, que te ayudaría cualquier ente, será la desconfianza hacia reconectar contigo (y de paso conmigo también). Sombras lo que el sol castiga cuando, pese ahora me doy cuenta de lo egoísta que todo, pese a este peso de una consciencia caníbal, he sido al chantajearte de esa manera al brilla hasta hacer arder o se esconde por hacerte sentir culpable o sospechar de tu no poder más. La principal causa de muerte amor por no querer jugar o conectarte cuando en las sociedades blancas son las enfermedades cardio-yo sí quería vasculares. Corazones que explotan o que se hola amor, te escribo porque me vinieron las ganas de suicidan, o que se aburren de bombear cuerpos hablar contigo y pensé: escríbelo, déjalo reposar.

AgostoS 2019, Fleet