Far S.A.

Según tú, sin escrúpulos y seguramente orgullosa de tu cancerígena transparencia, soy una farsa. Soy una farsa por no haber sido legible ni haberme comportado de forma psicológicamente sosegada; por haberme mostrado lo suficientemente vulnerable para que te permitas patologizarme, analizarme y soltarme tu crueldad de primero de bullying. Según tú, tengo una “enfermedad con el amor en general” y, como falsa sanadora que eres, adicta a clasificar lo que te chirría, te ahorras compartir las causas de tal diagnóstico (no vaya a ser que vuelvas a tu estado físico violento). Según tú, te provoqué en la asamblea de la luna llena de Escorpio estados físicos violentos, cuando lo que hice, según mi enfermiza perspectiva, pensarás, fue defenderme de ataques como malamente pude. Compartí con el grupo un bucle con carácter acusatorio, tildando la energía de la casa como burguesa porque la paranoia, la falta de comunicación, las jerarquías afectivas y el consumo adictivo de marihuana de todxs lxs habitantes de la casa me estaban afectando más de la cuenta y por aquel entonces, que yo sienta, era la persona más burguesa, más paranoica y mas sola (salvo por las perras). “It sets a thief to catch a thief”, dicen las malas lenguas. Evidentemente, tendría que haber sido consciente de mis problemas y necesidades, pero resulta que estábamos en medio de una pandemia apocalíptica y no era tan sencillo organizarme para irme de allí, especialmente cuando tenía vínculos de afecto (y también de dependencia) con vosotras.

Según tú, nuestra pelea me sirvió como un “pretexto” para irme de la casa, como si viviéramos en una serie gringa de colegiales o la casa fuera un Gran Hermano. Evidentemente, si con pretexto entiendes límite, final, desborde y crisis de ansiedad, estás en lo cierto. Enhorabuena por tus pulcras inferencias. Según tú, supongo que te provoqué estados físicos violentos también al responder a las acusaciones exacerbadas y dramatizadas que me soltaste tú y tu hermane tras compartir mi opinión de que la casa tenía una energía burguesa, y es que dices que te usé como un chivo expiatorio de mi amargura (o de mi farsa). ¿Crees que me comuniqué contigo después para provocar en ti compasión? ¿Empatía acaso? Ante tus gritos y tu desaire, me disculpé y guardé silencio; corté verduras mientras lloraba y estuve el resto del día lidiando con un dolor terrible en el pecho y un ruido insoportable en la mente (es que tengo la temible enfermedad general con el amor, qué le voy a hacer). Me ahorraré anécdotas innecesarias porque ahora entiendo que tu circuito de empatía está bien podrido, ahumado quizás. Yo también me voy a permitir, en este espacio virtual, devolverte diagnósticos para quedarme a gusto, puesto que parece que tu estilo binario se traduce en dar hostias (físicas o emocionales) o bloquear de tu vida a las personas que dejas de querer. Según tú, estás agradecida por lo bueno, “si es que lo hubo”. Tú sabrás si hubo algo bueno entre nosotres para que nuestro primer (y último) choque expl´ícito merezca vomitarme insultos por WhatsApp. Guárdate tu agradecimiento para cuando lo sientas de verdad, porque me resulta una farsa, casi una burla (¿ese fue tu propósito alternativo?, brillante).

Según tú, te hablé después de que me fuera de la casa “como si no tuviera ningún inconveniente contigo”, para dejarme bien claro que tú si que tienes un inconveniente conmigo. Te hablaba con miedo revestido de cordialidad (para disculparme, prestarte mi cámara y el cargador, avisar de la visita para recoger mis cosas) porque no quería echarte lo que por entonces sentía como una mierda de inconveniente, producto de una discusión innecesaria y de las circunstancias y la tensión acumuladas; y menos por la virtualidad, porque te consideraba mi amiga y hasta mi hermana. Evidentemente, a mí tú también me habías violentado pero tenía cosas mejores que hacer que culparte de mi enfado y dolor (como tratar de sanar para quitarme de encima las bad vibrations: te recuerdo que la gente del círculo de la postal rodean y rezan a una casa a medio construir, guiño guiño). Tras tu mensaje de mierda, has aparecido en mis pesadillas para seguir violentándome con tu fobia revestida de sororidad. Evidentemente, me fui al día siguiente bien rote porque saltásteis a mi cuello cuando estaba tremendamente vulnerable, en el delirio, encima, de que érais mi familia; y tú la primera, recordándome que no hay lugar para sentires no legibles en tu hogar salvo los tuyos, que no hay lugar para corazones rotos en la casa de la farsa (o del falso corazón, como bien mostró el tarot sin quererlo con ese as invertido que confundí, vaya profecía de mierda). Te recuerdo que no es la primera vez para mí tampoco que me gritan en ese espacio, que tergiversan lo que digo, que me insultan y que ni se atreven a mirarme a los ojos después para hablar las cosas fuera del esquema del buenrollo paranoico o del inconveniente perpetuo, del orgullo enfermizo o del intento de acatamiento de ciertas visiones sobre otras sin cuestión ni espacio para la escucha. Me disculpé y traté de contextualizar mis respuestas torpes e hirientes, mi actitud a la defensiva y mi marcha después de tres amagos previos de irme en los que bien me apoyaste como pudiste, porque no me sienta bien contagiar estados físicos violentos a la gente a la que quiero y porque tenía la esperanza de que nuestros vínculos sobrevivieran a la discusión. Ahora sé que la discusión fue solo la explosión de una tensión acumulada, la muerte súbita del tallo podrido que era nuestro vínculo.

Así que gracias por la indiferencia, la desconfianza, la sospecha y la crueldad tras (o durante) nueve meses de convivencia y tantos momentos de cuidarnos y compartir, de abrirnos y apoyarnos, de proyectarnos en este futuro incierto. Si es que los hubo. Ahora, con cierta perspectiva, tras haber conseguido quitarme de los porros de una vez, soy consciente de que me he sentido durante el confinamiento peor que nunca y más sole con vosotras que estando sole de verdad. Y no os responsabilizo, pero vivir con gente que en el fondo no puede aceptarte, que en el fondo desconfía de ti, que en el fondo (el fondo es el tiempo) no se digna a practicar la comunicación para practicar la honestidad del amor porque tal vez no tienen interés, energía o herramientas para hacerlo, o no se aceptan ni confían en sí mismas siquiera, contribuye a hundir a una persona; me lo confirmaste con tu mensaje de niñata rencorosa y te lo recuerdo ahora, también como otre niñate rencorose, escribiendo al gran vacío que representas y que dejaste, junto con tus hermanes, en mi corazón enfermizo con dos miocardiopatías falsas hasta la fecha (y agradecide también, pues, por el fin del teatro). Aunque me cueste amar y quererme a mí misme (no me revelaste nada nuevo, pendeja), esta pelea fue tu pretexto para no considerarme más tu amigue porque no podías más conmigo: ni quererme, ni entenderme, ni perdonarme; solo bloquearme para alejarte bien de cualquier contagio de farsedad, no vaya a ser que seas menos auténtica, de que claudiques y renuncies a tu Estado Físico Violento de más de mil metros cuadrados, o de que te de por recordar que algún día decías cosas como “yo soy tú y tú eres yo” y que “las discusiones nos ayudan a crecer si los reparamos con amor”. He aguantado tu actitud alfa, acomplejada y anti-social críticotóxica a todo lo que se mueve sin haberte visto mover un dedo para cambiar la realidad (si me equivoco, será qué tengo miopía).

Gracias de veras, insisto, por tu transparencia y por enseñarme encarnadamente el íntimo y perverso vínculo entre la transparencia y la blanquitud. Buen camino a ti también, y ojalá que no vuelva a verte nunca.