Topogracía de-mí-sexual

“Septiembre no podrá con nosotrxs, solemos decirnos en los inicios de nuestra juventud. Este mes puesto de transición entre el calor y el trabajo nunca nos lo ha puesto fácil, al menos para dedicarle un rato al día a escribir el flujo incriptable de ideas que recorren nuestros pasillos. Entran por ventanales y, como las moscas, solo salen ante cierto ímpetu (…).” (Luna Eléctrica)

Mi piel es un caldero de voces en ebullición, brebaje agridulce y abrasador, piscina para pies y manos fríes, agua ligeramente tóxica de riego (in)finito. Contenide como estoy en este cuerpo, con mis dos manos huesudas e inquietas, con este cráneo cubierto de pelos, me pregunto cómo y cuándo me desbordaré más allá de mis contornos.

Porque mi piel no es otro utensilio de cocina aunque sea de lo que más toco de un tiempo a esta parte. Porque mi piel no me envuelve, sino que me hace sentir: mi piel son mis ojos, mis cámaras y mis oídos; respiro por mi piel, atrapo ácaros y sí, me desbordo también por ella.

Mi cara es un charco de reuniones de cantos rodados, anfibios y renacuajos y reflejos de estrellas reflejadas en los espejos de las nubes mojadas y oscuras de mis pupilas. Mis arrugas son como surcos de arenas arcillosas, porosas grietas de expresión que se mueven con los temblores de mi pecho.

Mi pecho es un valle huérfano de glaciar de dehesas frondosas pero en desertificación salvo en los cerros, mis pezones rosas donde antaño se celebraban rituales al sol, donde solo quedan ruinas de los dólmenes que daban sombra al cauce de espinos de mi esternón, ribera negra y rizada que atraviesa mi abdomen de sedimentos y cicatrices como el cráter fecundo de pelusas del ombligo, ascensor a medio terminar

(…)

Londrhells, 25/09/19