9 crimes

Le aseguro que si lo hubiera sabido nunca, ni por asomo, hubiera tenido la audacia de coger ese maldito móvil, dejar de mirar las flores, continuar chupando del humo para avivar el delirio… Le aseguro que si hubiera tenido un mínimo de intuición, un mínimo de conexión con mi intuición…

Ya le digo que no. Que estaba bien perdide. Por supuesto que lo sabía, pero cómo sabes algo cuando no sabes que no sabes. No me voy por las ramas porque al menos mirar las ramas, mirar esas flores lilas que caían ya por septiembre, adelantadas al 2020, a sabiendas de que algo se cocía en el tiempo… Si al menos me hubiera quedado en las ramas. En las flores, mirando a las macetas, dejando el móvil en el cuarto, boca abajo, como fuese. Aunque si me pregunta sobre la retroacción para hablarle de mi intuición, debería volver un poco antes, cuando empezó un septiembre con opciones, un mes para escoger, esto, lo otro, aquello; así, de un día para otro. Yo salía de dos semanas de trabajo interno, caminaba por la calle central del pueblo y me dio por llamar a X, a quién no; aunque hubiera estado días sin responder a mis mensajes, acostándose con chicos, separándose, por fin. Yo yo, separade, a miles de kilómetros, llamándole para preguntarle qué debería hacer. X me dijo que me fuera lo más lejos posible para ganar todo ese dinero, que ni se me ocurriera ir a la mezquita y pretender ser une más, pero que tampoco fuera con vestidos a comprar el pan, creo recordar… Me dijo que se alegraba por mí y que me fuera, y yo le dije que le echaría de menos y ellx me dijo que también, pero que me tranquilizara. Así que llegué a Madrid y tardé un solo día en tomar la decisión de confiar mis huesos a un cementerio u otro. Por supuesto que ya vivía allí pero en otra casa, hasta que otro machirulo se hiciera con el candado del edificio; así que no era solo aceptar el desapego de la separación, la cruda realidad de una relación ahumada, agotada, entre paréntesis… era aceptar el fracaso de una casa, de un verano, de otro, de mi amor, de mi corazón enfermo, de mi intuición engañosa, de la mezquinidad propia y ajena, de mi cobardía para cruzar el charco y empezar de cero, separarme de X aunque se hubiera separado ya de mí, separarme de Granada, de mis amigas, de Canna… No estoy proyectando la nostalgia de lo que sucedió después en esto porque está todo conectado, ya verás.

Total, escribí esos mensajes y hacía meses que no me fiaba de las personas rubias, teñidas o no, cosas mías… estoy bromeando, la gente se tiñe el pelo como se cambia de ropa interior, sería absurdo, aunque funcional para justificar la misantropía circunstancial o estacional, discriminar en base a eso… Sí, lo reconozco, está claro y es evidente, tomé una decisión, y luego otra, y una tras otra, todas de mierda. ¿Está sugiriendo que lo tenía planeado? Por supuesto, es un comentario que ya he escuchado antes. Les traes moras y te estampan las rojas en la cabeza. De ningún modo sería, aun así, lo suficientemente hiriente… nada lo sería salvo desprenderme de un asesino, como para que se me ocurriera… Le estoy diciendo que yo nunca maté a ningune, se lo prometo, señora detective imaginariademicabeza; además, todes están vives todavía, chequea sus redes sociales; no a través de las mías porque les bloqueé hace rato. Bueno, si lo dice así vale, están muertes en mí, en mi corazón; de eso no hay duda. Exacto, encima piensan que no tengo corazón, así que por qué habría de cuestionar ese lugar —lúgubre, mal iluminado, cubierto de florecillas secas mezcladas con plantas ornamentales de plástico— donde me dio por enterrar simbólicamente a esos nueve vínculos y sus recuerdos de una vez por todas. Yo, que creía en el amor como una energía de revolución planetaria e incluso universal. Yo, que no veía transformación sin perdón, sin idealización del perdón, con la aceptación de los límites, pero… ¿Realmente?

Realmente: primero, cuatro personas incapaces de cuidarse y de cuidar un espacio común, durante meses, tras varias conversaciones, te acusan de manipularles a todes porque… ¿Cómo estaba por entonces, dije? ¿Rote por dentro? ¿Incapaz de aceptar la separación, ni de la relación con X, ni de mi propia lucidez, partida a cachos, perdida, sin ubicación salvo en un día a día de la marmota, del humo, de trabajar de cuidadore interne en el norte y de descuidarme internamente en el sur? Me acusaron de manipularles a todes y yo me enteré por bocas ajenas; la gente tiene un mínimo de decencia para verter sus acusaciones pérfidas, todavía guardo esperanza en la humanidad… Me acusaron porque fui incapaz de sentir empatía y desconfié, empecé a desconfiar, empecé a hablar y a compartir mi malestar en los confesionarios de la Gran Hermana, a sentir miedo de esas personas que no se molestaban un mínimo en entender que molestaban; sobre todo de una, que se negaba a hablar, que se ponía agresiva en su teatralidad rimbaudiana… ¿Que si mejoraron las cosas? ¿Cuando se fueron? Se inundó la casa de toda la mierda que estaba almacenada, mierda de casa, raíces de mierda; toda la mierda de esa ocupación de mierda salió a borbotones, para saludar, para despedirse, para invitarnos a trabajar en equipo un poquito más: otro trabajo de mierda. Y después, quedamos cinco, parece Los diez negritos de Agatha Christie; y hay un juez, una jueza, vaya; enfadada, impetuosa, con los ojos morochos de tanto canuto y voz paranoica; carga contra las energías, habla de “la casa” como si estuviéramos en una nave espacial o en la última colonia con agua de manantial en la Vía Láctea. Yo me pensaba tan compasive, tan conectade con mi corazón roto en mil pedazos cuyos cachos esparcía con cada palabra y con cada calada, que trataba de acompañar, de no juzgar, de compartir mis absurdos amagos de saber algo, bien explicados, por supuesto, por algo tengo un máster, aunque casi me suspendieran la tesis por ir de listille… Está claro que algo fallaba porque me mostraba con demasiado transparencia, como ahora; era mi forma de hacerme querer (u odiar), compartir mi vulnerabilidad, mi propio reflejo de la vulnerabilidad sin planear, porque sale sola, shit; decir, mira, coge, esto soy, ahora pincha, ahora no se ve, ahora habla, ahora escucha y ahora sufro. Tengo una rabia fina e infinita, que me sale a borbotones al pensarme víctima de las injusticias, y sé que es como un zarzal creciendo al ritmo de mis maniobras en una manivela mental, entre las lápidas que yo misme coloqué para ahuyentar a esos nueve fantasmas, a esas nueve voces con rostro —más cinco que nueve, más una que diez— que me despiertan por la mañana para que me hunda en la tierra de mierda con elles; para que trague tanto barro que mis pulmones se inunden de potaje en descomposición, los restos del naufragio de la familia, de la familia okupaburguesa de la que yo me creía madre proveedora y pedagoga, hije predilecte transfemiyonki de la querida familia vampírica que elegí, que contribuí a crear y a destruir, a la que me uní y que abandoné hace seis lunas llenas.

Confieso que enamorarme siempre me ha enloquecido para mal; me ha enloquecido años enteros, sueños enteros, días y noches enteras desde los seis años. Me ha vaciado de un sentido del ser y del estar mortífero tras embriagarme de amor, si no fuera por mis hermanas,  por algunas personas que, como llamitas de amor y esperanza, viendo por sus peculiridades de fuego y visión mi propia y peculiar llama, me han ayudado a creer en mí y a canalizar esa energía delirante y borbotónica a cuanta gotas, hacia mis propias raíces, sin falsas colectivas de más. Porque era como vivir en un rodeo, en una competición, en un videoclip cutre de Nathy Peluso. Era como evadirse, una y otra vez, de lo que era ya. De lo que era yo, que no debía estar allí, que nunca debería haber ido a buscar a X cuando era X a su casa tras cambiarse de casa años atrás, sobre todo después de sus compañías y de que no se atreviera ni a mirarme con amor para “no molestar a sus amigos”, esos hippies de las cuevas… en fin; yo me quedé, me acosté para descansar tode dramátique, pensando que volvería a estar bien y a poder formar parte de eso (ellos); pero no, me fui; luego volví, me duché, me fui; luego pensé que nunca volvería, gracias a las cuevas y a las amigas, y cuando volví para decírselo se quedó, me quedé, le canté, me pidió follarme pero mi culo está out of order in terms of dick coming in; nos quedamos y la cagué estrepitosamente, eso sí. Mis uñas se invadieron de cándidas, me salió un quiste en el culo si no estaba ya allí, me bajó el ácido fólico, me quedé sin vitamina B12, casi suspendo la tesis de los vampiros por enamorarme y no terminarla, me quedé sin trabajo en la vendimia, me quedé sin dinero, me quedé sin dignidad por dejarme insultar, empujar y escupir y volverle a dar otra oportunidad; me quedé sin ganas de amar porque amaba tanto a X que mi pecho iba a explotar; porque no teníamos dinero, porque no teníamos techo, porque no teníamos futuro, ni juntes, ni separades (pero sobre todo ni juntes).

¿Que qué hice? ¿No te dije que mi intuición es como un apéndice cercenado de plena inconsciencia? Pensé: hasta el final. Hasta el final de lo que lata este corazón maltrecho, hasta el final para saber qué hacer, para sentir qué hacer. Así que llega el 2020, vuelvo de Reino Unido y me siento fuera de lugar en el TV show de las Pussy Cari(e)s, vienen mis amigas y me animan a marcharme, no he cobrado todavía, me voy a Beneficio, espero, trato de entender mi pena, mi rabia, ya no hablo con X, no sé quién es, no me hace gracia, no confío en ella, todo tiene que girar en torno a su ego malherido o se incomoda…. ¿o me incomoda que todo  tenga que girar en torno al mío? No confío en nadie pero vuelvo y se inaugura un estado de alarma por el coronavirus, así que me jodo, me venía reconciliando con X porque nos quedamos soles en el castillo y decido quedarme (otra vez). Así que me vuelvo loque, me entran delirios, me imagino cosas, me vuelvo a enamorar, me vuelven a insultar, a empujar y a gritar; lloro todos los días, desde por la mañana hasta por la noche; nadie  me entiende, nadie me pregunta, nadie tiene siquiera un mínimo de energía para darme un abrazo en el que florezca mi desazón; aunque me ofrecen asistirme el suicidio, todo un honor, justo lo que necesitaba. Todes tienen desazones, el mío no es especial, no tiene lugar en el videoclip de Peluso pues soy la vieja lisiada y con barba que llora al fondo del encuadre descalza; tengo el pelo revuelto y me sueno los mocos con el vestido. Tengo una cámara y grabo pero solo aparece el vacío en el espejo y unas caras desfiguradas, voces intermezcladas con los ritmos que bailo al atardecer para quitarme tanto muerto de encima. Escucho voces, voces de crítica, de desconfianza, pero trato de encontrarlas y se van. Escucho a seis personas cagar todas las mañanas desde mi cama, a un metro y medio de distancia, y sigo sin saber si esas voces son de alguien o son mías, puesto que por entonces pensaba que todes éramos una, que esto es un gran cachondeo y que hay polvos de Orión sincronizándonos; vaya, estaba perdiendo la chaveta. Consideraba a Pécora mi amiga. Aunque se riera de mi sin conocerme de setas, se riera de mí porque no creía en mí, porque le parecía hilarante, qué gracia, chica; ¿que qué problema tenía conmigo? Ella sabrá, que  quiere escribir textos y se cree(a) pretextos… No me apetece ni regalarle insultos. Porque ya lo he hecho y me reverberan.

¿Una maldición? Nueve, mínimo, y no me inquietan. Nací maldite. Nací desviade, literalmente, con los dedos de cada pie mirándose, sin poder andar, necesitando una máquina dos meses para que me los pusiera rectos. Así que, de vez en cuando, voy al rincón lúgubre bajo el castaño que tira bellotas radioactivas y deposito algún envoltorio de caramelo caducado, un pañuelo con el que envuelvo el dildo, ceniza, lo que encuentre que me remita a la posibilidad remota de sanar, dejar marchar, dejar atrás, volver a confiar, reconciliarme con mis propias decisiones de mierda, con mi intuición que está pero que no está, con mi victimismo, con mi responsabilidad, con sus responsabilidades, que no ven, que no quieren ver y no verán, pues yo tengo un máster y cómo me expreso, sospechose sin duda, manipuladore, y encima celose, penetradore, sin aceptar la separación, looser optimista, que no quiere drogarse, dice, decía… decía y no hacía, decía y no hacía hasta que dejé de decir, dejé de hacer, dejé de dejarme ser por esas voces; y cuando, como decía, encuentro un segundo, entre la vigilia y el sueño de madrugada, cuando levanto a hacer pis antes del amanecer y parece todo producto de una pesadilla, tropiezo. Tropiezo con la nada: no hay rincón lúgubre, no hay lápidas, no hay castaño radioactivo, no hay flores, ni verdaderas ni de plástico, no hay nada. Esos nueve fantasmas estuvieron aquí, lo prometo, lo recuerdo; la certeza, aun así, de que se largaron sin previo aviso se tambalea bajo el sonido de unas risas burlonas que oigo de lo lejos si me concentro. Están ahí, como pequeñas garrapatas del amor chupándome el ventrículo izquierdo. A veces las dejo. Y a veces busco, como ahora, la forma de arrancarlas y aplastarlas; las exprimo para recuperar mi sangre y, con sorpresa, aterrade, veo que el zumo es negro. Y me lo bebo. Mi sangre es negra, como el petróleo; ¿soy un vehículo?, ¿una máquina programada? A estas alturas no diferencio; no les agrupo salvo cuando me interrogas para tu investigación absurda. Yo maté a nueve garrapatas que me mordían el corazón, lo hice hace meses, ni siquiera sé si fui yo o fue en un sueño. A los sueños ya solo va mi luto, vestida de negro, con máscaras de nostalgia, para abrazarme y luego desaparecer. Te contesto y contesto porque he visto una película y no me quiero morir, o no quiero seguir viviendo, alimentando a fantasmas con la intuición que se me atrofió cuando decidí creer más en otras personas que en mí misme. Por eso estoy aquí.